Cuidado con los diagnósticos precoces, cuidado con etiquetar a niños muy pequeños. Cuidado con alarmar a las familias.

No soy amigo de las listas, porque muchos de vosotros encontraréis similitudes con algunos de los conceptos. Pero quiero aclarar que un signo aislado no quiere decir nada. A los niños los exploramos en su conjunto. ¿Qué empieza a despertar mis sospechas?

Primeros meses de vida
Los niños nacen ya con algunas habilidades. Les gusta mirar las caras, imitar, presentan cierta sincronía motora y un llanto que resulta informativo de lo que les ocurre. Se dice que los niños pequeños son “comunicativos antes que intencionales” y son sociales por naturaleza. Los niños antes de nueve meses ya pueden seguir la mirada de su madre.

En estas edades tan precoces ya hay unos signos tempranos de autismo. Los más tempranos son el pobre contacto ocular, es un contacto visual reducido, la sonrisa es escasa, no responden a su nombre, no hay un seguimiento visual… con frecuencia son niños “muy tranquilos”, “no demandantes”.

Más adelante aparecen signos como la no imitación o simbolización (dar de comer a los padres, a los muñecos, ponerlos a dormir, etc.), la ausencia de atención compartida (disfrutar, por ejemplo, de que un cuento se lea con la madre o el padre), la ausencia de juego con los demás (compartir con otros niños) o el dedicar pocas miradas a las personas.
Se trata de unos déficits tempranos que persisten en el tiempo, probablemente porque tienen que ver con el aprendizaje social que está alterado.

Entre los 18 y los 36 meses de edad se pueden percibir signos como: 

Sordera aparente, no responde a llamadas o indicaciones. Parece que oye algunas cosas y otras no. No persigue por la casa a los miembros de la familia ni alza los brazos cuando está en la cuna para que le cojan. Parece que nos ignora. Cuando se le coge de la cuna o el parque no sonríe ni se alegra de ver al adulto.
No señala con el dedo y mira al adulto para comprobar que éste está también mirando donde él señala. No señala con el dedo para compartir experiencias ni para pedir.
Tiene dificultades con el contacto ocular, casi nunca lo hace y cuando mira hay veces que parece que «atraviese con la mirada», como si no hubiera nada delante de él. No mira a las personas ni lo que están haciendo.
Cuando se cae no llora ni busca consuelo. Es excesivamente independiente.
Reacciona desproporcionadamente a algunos estímulos (es muy sensible a algunos sonidos o texturas).
No reacciona cuando se le llama por el nombre.
Prefiere jugar solo.
No dice adiós.
No sabe jugar con los juguetes (juego extraño)